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Una utopía de doble focalización

El término utopía se refiere a un lugar inexistente, a un proyecto que crea expectativas pero que es irrealizable, porque responde a construcciones imagi-narias. Los viajes de Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Francisco Pizarro y los que los acompañaron, cumplieron un sueño utópico pero nada tuvieron de

irreales.1El género epistolar es fuente inapreciable para acercarnos a pensa-mientos e inquietudes que testimonian los protagonistas, abiertos a la comuni-cación franca, directa e íntima por la que se advierte que la magnitud del sueño verificado fue difícil de asimilar para un sector de los interlocutores, y sus con-secuencias decepcionantes para el otro. La situación de los protagonistas fue variando progresivamente y, desde la patria lejana, llegaron tanto la justifica-ción como los reproches,

O que en el Reyno de mayor y más antigua nobleza de todas las naciones, se vaya buscar fuera a quien se la dar. Y los Españoles que se consideran des-cendientes de muchos nobles, e ilustres caballeros que tuvieron muchas insignias y premios de nobleza, y que por un borrón de un mal considerado, o desgraciado se les estanca, y no pasa adelante su antiguo lustre, viéndose con tal afrenta, (que no la hay mayor que haber sido honrado en su patria y descaecer en la misma), faltarán sin duda en el cariño de ella: y han de ir de fuerza, adonde Nota tan particular, con la pluridad de los muchos nobles que tuvieron la disimulen, y cubran: y donde la demasiada curiosidad de España no alcance, ni les perjudique: y sus hechos heroicos tengan el logro, y ventajas de honras que tuvieron los de sus antepasados. (Peñalosa y Mon-dragón, Cap. XIII, “Cuarta Excelencia del español”, fol. 96)

En Libro de las cinco excelencias del español que despueblan a España para su mayor potencia y dilatación (1629), fray Benito de Peñalosa y Mondragón consi-deró que el desconocimiento o negación de derechos que sufrieron algunos espa-ñoles en su tierra, los obligó a trasladarse a lugares donde una mayor flexibilidad les permitiría retomarlos, además de lograr honores. Posiblemente la motivación de los primeros viajeros fue la validación peninsular e inicialmente recibieron reconocimiento, aceptación y apoyo; sin embargo, poco después la Península pro-pició cada vez menos las condiciones para el regreso: “ya de todo punto nos han allá olvidado”, se quejaba en 1581 Esteban Marañón (Otte, 401). Ante el velado rechazo de su lugar familiar, que incluso llegó a la distopía, y a relegarlos exclusi-vamente como proveedores -“de allá nunca me escriben sino pobrezas y tra-bajo”, reclamó en 1568 Gonzalo Guillén a su madre (Otte, 378)- volvieron los

1 Desde la focalización europea, la utopía americana estuvo condenada al fracaso y prevaleció su antítesis, la distopía, referida a un mundo imaginario concebido como indeseable, sin futuro posible, que se dedujo de una contradicción básica: el oro, las piedras preciosas y los lujos que impulsaron la conquista y colonización no eran un objetivo en la propuesta de Moro, donde se advierte de la sujeción y miseria a la que empujan a los individuos. Se cumplía, sin embargo, en condición positiva para los invadidos, y allí fue destruida.

ojos al lugar de su éxito y decidieron establecerse, como señaló en 1569 Jimeno de Berio -“envié poder para que se venda toda mi hacienda”- en Ávila (Otte, 382).

Exiliados en América, iniciaron un proceso de convalidación interna, asegu-rando su posición social y, paralelamente, enviando muestras de su triunfo a la Península para demostrar lo injusto de su extrañamiento, el éxito de su empresa y el cumplimiento utópico.

Uno de los hechos que se reprochó a los indianos fue el despoblamiento de España en medio de su crisis económica y de desarrollo en el momento del des-cubrimiento.2 La bondad de la tierra americana fue, paradójicamente, lo que denunció Peñalosa como determinante pues las minas y los cultivos respondían largamente las expectativas de los emigrados “aunque no sea más de una docena de años”, como afirmó Alonso de Villadiego en 1584 (Otte, 413). No se equivo-caba, porque los que decidieron radicar en el continente y tuvieron éxito, supera-ron en mucho la riqueza que fue posible acumular a los que regresasupera-ron, como Hernando Pizarro que es ejemplo de la confirmación de la utopía. Como contra-parte, hubo quienes por falta de oportunidad o exceso de confianza, permanecie-ron tan pobres como habían llegado: “no es poco en esta tierra tener segura la comida y una casa […] hay en ella hartos más perdidos que en España”, le comen-taba Orduño de Vergara a su hermano Francisco (Otte, 373). Pero también, con-fió Gonzalo Guillén a su madre, “en poco tiempo los hombres que se quieren aplicar están ricos” (376).

De acuerdo al testimonio epistolar, la exaltación inicial por la utopía cumplida no estaba completamente asimilada cuando dio paso a su recalcitrante negación.

Una queja recurrente era la falta de comunicación. El migrante tuvo la sensación de haber sido excluido, olvidado en su destierro y peor en tanto no enviaba dinero:

son ya tantas las veces que he escrito a vmd y a mi hijo que ya estoy harto de escribir y sin haber habido respuesta ninguna no se a que lo pueda atribuir si no es a dos cosas, o es que no tengo ventura que mis cartas no van a manos de vmd, o es que no se hacen cuenta por no haber enviado oro con ellas.

(Fernández, Carta Nº 192; CD: 282)3

2 Estudios recientes aseguran que la migración no superó el 0.08%, ya que la mayoría de “viajeros”

regresaron a España cuando consideraron suficiente el beneficio (Bernal, 642), por lo que el reproche pasaba por una percepción antes que una certeza.

3 De Cristóbal Vivas, que posee tierras y ganado, a su hermana Catalina Vivas, en Santa Marta ducado de Feria, para que su hijo Juan Pérez vaya con él, enviada el 17 de octubre de 1582 desde San Cristóbal (Huamanga, Ayacucho). En la carta mencionada, insiste en que, dado que el hijo al que solicita que viaje solamente tiene una renta de 300 ducados en España, abandone todo y haga compañía a su hermano que está en América, que ya tiene una renta de 20 000 ducados: “me dijeron dos hijos de Álvaro Sánchez Bermejo que mi hijo alcanzaba trecientos

De ello puede desprenderse la razón por la que, entre los diversos sectores ameri-canos, se gestó un sistema de competencias orientadas a obtener un respaldo efec-tivo: su confirmación u obtención de nobleza y reconocimiento, paralelo a com-pensar la culpa por el abandono peninsular tanto como por la depredación americana, a través de las donaciones. Entre estas especialmente las de devoción en construcción y obras de arte, originadas en la convicción del apoyo divino que habían recibido,

os ruego a vos y a vuestro hermano antes que os vengáis es que por mi vais a nuestra Señora de la Zazeda y al señor san Salvador y Señora de la Concep-ción de Almonascril y Nuestra Señora de la Oliva, a los cuales vos a mi me encomendado y ofreced algunas limosnas y oraciones porque por interce-sión de estos bienaventurados santos no he puesto mano en cosa que no me suceda bien (Fernández, Carta Nº 194; CD: 287).4

Logrado el objetivo de prosperidad al que aspiraban los migrantes, los nuevos aportes piadosos fueron cada vez de mayor envergadura pues nada era suficiente para corresponder la buenaventura. El mismo Peñalosa, que tuvo experiencia ame-ricana, resalta la generosidad de muchos de sus compatriotas que “con gran piedad gastaron haciendas en Templos y sus Ministros, en muchas Capellanías, y sufra-gios de Misas, en celebrar Fiestas divinas, hacen gruesas limosnas, con que reme-dian muchas necesidades” (Cap. VII, “Quinta Excelencia del español”, fol. 140).

En los gestos benéficos tampoco se olvidaba la tierra, a pesar que eran recibidos como insuficientes. A esto respondió la contraparte. En Noticias políticas de Indias y relación descriptiva de la ciudad de La Plata, metrópoli de la provincia de los Charcas y Nuevo Reino de Toledo en las Occidentales del gran imperio del Perú de 1639, Pedro Ramírez del Águila (Murcia, 1581-Chile, 1640), en América desde sus 14 años, llamó la atención sobre quienes regresaban ricos a España y, lejos de limitarse a disfrutar la buenaventura, “los mismos que en ella [Charcas] han tenido amigos, honra, aceptación y dineros y se vuelven a las suyas ricos, las van deshon-rando y maldiciendo y publicando que no hay más mala tierra en el mundo”

(Latasa, 85). Este desagradecido gesto -que debió fomentar la distopía peninsu-lar- fue explicado por el jesuita criollo José de Aguilar (Lima, 1652-Panamá,

ducados si es así no tiene necesidad acá de ellos sino dejarlos a sus hermanas y el que venga bien tratado que por dios que tiene acá un hermano casado que vale su hacienda mas de veinte mil ducados y trae en las minas de oro treinta indios” (Fernández, Carta Nº 192; CD: 283). Grafía actualizada (N. de la A.).

4 Del canónigo Olivares de Collazos a su hermano Alonso de Collazos, en Yebra. 30 de octubre de 1582 desde La Habana, Cuba (Fernández, Carta 194, CD: 287). Grafía actualizada (N. de la A.).

1708) en sus Sermones del dulcísimo nombre de María (Sevilla, 1704): “Es antigua condición de los hombres malquistar los beneficios, por no rendirse a los agrade-cimientos” (II, Lib. II, Secc. VIII, ítem 49; 67). Con la ingratitud se evitaba la emulación, pues un lugar tan inhóspito no sería una opción para la competencia, así como magnificando los desafíos que se habían enfrentado se mitificaba la aventura y resaltaba la propia acción como heroica, todo ello coherente con la obten-ción de honra.

Las cartas que enviaron los españoles desde América son una excelente radio-grafía del drama que atravesaron, en especial en la primera época. Un atribulado Jerónimo Núñez escribió en 1577: “Por ella [una carta] veo las necesidades que se pasan por allá. Yo no he hecho lo que soy obligado hasta ahora. De aquí en ade-lante lo haré como v.m. lo verá, que no irá flota en que yo no envíe que coman”

(Otte, 393). Algunos convocan insistentemente la presencia de su familia: “yo me holgara vellos a todos acá y no en esa miseria de España como lo tengo dicho en otra” (Fernández, Carta 186; CD: 275.5 La voluntad por extender las ventajas de la nueva tierra a la familia fue constante pero también reflejaba una preocupación, que se les reconociera la virtud de haber superado una situación económica pre-caria -en España se los identificaba como “hijos de la pobreza” (Pérez-Mallaína, 69)-6 y un origen familiar en ocasiones poco distinguido, gracias a la bondad del lejano lugar en el que arriesgaron establecerse. La búsqueda de validación se evi-dencia en el esfuerzo por enviar dinero a la Península para que fuera invertido en el bienestar familiar y en obras destinadas a reconocer su nueva situación econó-mica.7 Como consecuencia, fueron donantes y clientes permanentes de arte tanto religioso como público, así como responsables de construcciones en beneficio propio (casas solariegas), de la Iglesia (templos y objetos litúrgicos) o ambas en conjunto (capillas sepulcrales, retablos, vestimenta, etc).

5 De Pedro García Camacho a sus hermanos, Isabel López la Camacha y Francisco López el Viejo, en Cabezarados, desde Lima el 4 de abril de 1580. De acuerdo a su experiencia, añade el consejo que un sobrino suyo trajera a América sus cartas de hidalguía “porque en esta tierra los que son limpios y no tienen mancha los tienen por noble gente y alcanzan a ser hombres y casan bien porque cuando acá pasé yo truje una probanza y podrá ser que la que mi sobrino trajere será de mas sustancia con testigos más viejos lo mismo traerá probado su filiación y de como es soltero” (Fernández, Carta 186; CD: 276). Grafía actualizada (N. de la A.).

6 El autor también alude a que quienes optaban por viajar lo hacían porque la alternativa era convertirse en mendigos, hampones o morir de inanición por no tener cualidades, o que tomaron la decisión al azar. Sin embargo también estaban los aventureros en busca de nuevos campos a su inquietud. En general, todos poco recomendables.

7 Véase Martha Barriga Tello: “La otra conquista. Honor en la muerte y en el arte” (2014).