• Nem Talált Eredményt

El profeta fuera de lugar

Al iniciar la década del cuarenta, Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) ya ha alcanzado un estatus de privilegio en el mundo literario argentino. Después de años en los que ha cultivado con denuedo la poesía, el teatro y el ensayo, sus rela-ciones son excelentes. Entre 1942 y 1946 ejerce la presidencia de la SADE y, desde su tribuna, se otorga la faja de honor a Borges en 1944. Para entonces se ha consa-grado como poeta y, sobre todo, como ensayista en Radiografía de la Pampa (1933) y La cabeza de Goliat (1940). Su puesto en el canon parece asegurado: ha recibido premios y se le invita a todas partes del país a pronunciar conferencias. También ha viajado al extranjero en 1942, en calidad de destacado intelectual argentino, invitado nada menos que por el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

En aquel entonces tiene la oportunidad de recorrer copiosas biblio tecas norteame-ricanas y examinar si tienen sus libros en sus catálogos. “En la Biblioteca de la Universidad [Harvard] hay 7 obras mías. Me conocen” (Martínez Estrada, Pano-rama de los Estados Unidos, 101). Puntualmente examina archivos y comprueba si su nombre figura en ellos, en un gesto que revela preocupación por conocer su estatus en un plano internacional. Unos años más tarde recibe el Gran Premio de Honor de la SADE y acaba siendo candidato al Premio Nobel de Literatura.

El advenimiento del peronismo va a alterar su vida de forma trascendental.

Militante opositor de la primera hora, en 1946 renuncia a su trabajo y se retira a un campo de su propiedad en Goyena. Como a tantos intelectuales, el nuevo gobierno le resulta una reencarnación de la barbarie que cíclicamente emergería en el país, de acuerdo con ideas predicadas en Radiografía de la Pampa. Las res-tricciones de las libertades individuales y las disposiciones populistas en materia educativa le resultan intolerables. Denuncia, por ejemplo, la prohibición de lec-tura de El crimen de la guerra de Alberdi, al mismo tiempo que se implantan textos cívicos para la formación de las nuevas conciencias, títulos como Manual del conductor, Reglamento del recluta o La razón de mi vida: “La instrucción pública impartida por sargentos y domadores de potros y por actrices de arrabal”

(Martínez Estrada, Las 40 y Exhortaciones, 48). Pero su disgusto va mucho más lejos que en la mayoría de sus contemporáneos. Martínez Estrada sufre durante

varios años una patología de la piel (hiperqueratosis o “peronitis”, como la lla-maba con cierto humor) que él atribuye siempre al malestar que siente hacia aquella Argentina que se transforma a sus ojos. Entre 1951 y 1955 pasa por el internamiento en diversos hospitales y tiene que interrumpir su labor escritura-ria. Acribillado por tratamientos a base de inyecciones, se recluye en su casa sin apenas poder moverse. La política y la enfermedad van acosándolo y reconfigu-rando su posición dentro de la sociedad literaria. Durante el peronismo se aleja de la capital y compra un departamento en Bahía Blanca. Por una curiosa para-doja, Perón también padeció a lo largo de su vida de un mal incurable en la piel:

psoriasis… Los extremos a veces parece que se tocan por alguna parte. Lo cierto es que el año de la destitución de Perón, 1955, Martínez Estrada sale de su estado de postración y realiza un notable examen de conciencia:

Durante mi enfermedad muchísimas veces, casi como obsesión, he pen-sado que estaba sufriendo un castigo por alguna falta ignorada por mí. Los teólogos dicen que es menester que el reo sepa qué pecado ha cometido para ser culpable; a mí me parece que no hay castigo sin culpa […] Mi situa-ción es muy semejante a la de Job y en lugar de discurrir sobre el bien y el mal, di en cavilar sobre mi país. Pues así como padecía yo una enfermedad chica, él padecía una enfermedad grande; y si yo pude haber cometido alguna falta pequeña, él la habría cometido inmensa, Yo y mi país estaban enfermos. […] Había entonces una relación verdadera y misteriosa entre individuo y sociedad, entre ciudadano y nación, entre historia y biografía.

Era nuestro caso, el de mi país y el mío. (Martínez Estrada, ¿Qué es esto?

Catilinarias, 1)

Perón, continúa Martínez Estrada, ha sido un castigo de Dios para una Argen-tina ciega, corrupta, irresponsable. Siguiendo una “lógica puritano-jansenista”, como la llama Viñas (208), corresponde buscar al culpable y este lo encuentra en la oligarquía tradicional, la clase dirigente que conformó el país desde la segunda mitad del xix y que no ha estado a la altura de sus responsabilidades.

En libros desolados y nihilistas como Cuadrante del pampero (1956) y ¿Qué es esto? (1956), Martínez Estrada denuncia la demagogia peronista, a la vez que se revuelve en tono bíblico contra el patriciado, la oposición liberal, los políticos tradicionales y los grupos intelectuales que se niegan a entender la escisión social provocada por el peronismo. Comienza así una deriva apocalíptica que lo va a enfrentar con sus antiguos camaradas, sin que esto le sirva para aproxi-marse a ningún otro bando reconocible del campo literario. Polemiza con Bor-ges, a quien había premiado doce años antes y ahora lo llama “turiferario

a sueldo”.1 Polemiza con Giusti, con Bioy, con Mujica Láinez. Deja de publicar en Sur y, aunque todavía se le encuentra en La Nación, se pasa al periódico Propósi-tos, dirigido por el izquierdista Barletta (Moraes, “Viajeros del panamericanismo.

Escritores argentinos a Estados Unidos en el auge de la Buena Vecindad”, 244-245).

Ataca a la SADE, que él mismo había presidido en dos ocasiones, por su pasividad moral ante la quema de unos libros presuntamente pornográficos de Norman Mai-ler. Le irrita la nueva censura posperonista. Tampoco recibe parabienes de los nacionalistas, claro está. Jauretche le dedica una crítica tremenda en Los profetas del odio, acusándolo de servidor encubierto de la oligarquía cultural. Solo le tienen en cuenta los escritores más jóvenes: los socialcristianos de Ciudad y los izquierdistas de la revista Contorno, quienes le rinden homenaje en un número de su revista.

Expulsado del campo literario hegemónico del que había formado parte, el país se le vuelve inhabitable. Comienza entonces una etapa de autoexilio. Viaja a la URSS y a Rumanía en 1957, una elección de viaje que nada tiene de casual. Aunque sigue abjurando del peronismo, por mucho que algunos de sus representantes (John William Cooke) estén virando ya hacia el socialismo, Martínez Estrada va poco a poco perfilando su pensamiento hacia un latinoamericanismo de izquierda.

En 1959 va a Austria, Suiza y Alemania, y también ese mismo año es invitado a Chile. Incapaz de seguir en Argentina, donde no hace sino perder auditorio, se traslada a México en 1959 y, poco más tarde, a la Cuba de Fidel. En estos nuevos auditorios encuentra un asentimiento público que ha perdido en Argentina.2 No tiene nada de extraño que sintiera una enorme admiración por el Che Guevara. En La Habana permanece hasta 1963, pero tampoco termina de encontrar su sitio. Sus libros sobre Martí (Familia de Martí, “Prólogo” a Diario de campaña de José Martí) no se alinean con la doctrina oficial. Al final regresa a su tierra natal y muere en 1964 en Bahía Blanca. David Viñas se pregunta “cuál es el lugar” desde el cual escribe Martínez Estrada después de 1955 (211). En efecto, su exilio voluntario no es sino la respuesta a otro tipo de destierro, una incapa cidad de encontrar un “lugar”

en el mundo que se refleja en su obra literaria de manera acuciante. Esa dificultad de establecer una relación armónica con el espacio circundante es lo que analizare-mos, refiriéndonos en particular a un cuento desconocido de Martínez Estrada.

1 Sobre las polémicas y descalificaciones entre Martínez Estrada con Borges después de 1955, puede verse el detallado trabajo de Vázquez, “Peronismo, pobreza y retórica”, en donde también se da cuenta de la réplica de Jauretche a Martínez Estrada.

2 “A cada uno de estos lugares […] fue en calidad de escritor, participando o promoviendo reuniones o seminarios de trabajo, haciendo oír su palabra no siempre grata para quienes lo invitaban, actuando con total independencia de criterio, como lo prueban sus cartas y el amplio testimonio de amigos y adversarios” (Orgambide, 84-85). Aun reconociendo que la independencia de Martínez Estrada pudo provocar disensiones también fuera de la Argentina, es innegable que el escritor buscó otros ámbitos donde crecer fuera de su país.