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2 . El despertar del sueño

De cualquier modo, toda la obra de Darío se moverá en una oscilación dialéctica que irá desde la defensa de la utopía a la constatación de la distopía, desde el camino hacia la civilización hasta la vuelta a la barbarie, a los orígenes, a la tradi-ción. En uno de sus últimos cuentos, “Primavera apolínea”, de 1911,8 Darío hace un recorrido claramente autobiográfico por la vida de un personaje, un poeta bohemio e idealista que va dando tumbos a lo largo de su vida entre una actitud y la contraria. Con cierto ánimo de verosimilitud utópica, puesto que la utopía de aquella época era ya claramente la política, Darío confiere a su personaje un carácter más social y comprometido que el exhibido por el propio poeta nicara-güense. Veamos unos ejemplos:

Mi bohemia se mezcló con las agitaciones proletarias […] Fraseé cosas loca-mente audaces y rimé sonoras imposibilidades […] Me imbuí en el misterio

7 Véase Álvaro Salvador: Rubén Darío y la moral estética.

8 Darío publicó esta especie de cuento autobiográfico como prólogo del libro de Alejandro Sux (1888-1959), escritor y periodista argentino, amigo de Darío, La juventud intelectual de la América Hispana, y el mismo Sux sitúa su composición en 1911.

de la naturaleza, y el destino de las muchedumbres, enigma fue para mí […]

Nada me fue extraño, y mi yo invadía el universo, sin otro bagaje que el que mi caja craneana portaba de ensueños y de ideas.

Mi espíritu era un jardín. Mis ambiciones eran libertad humana, alas divinas.

[…] no hallé mejor salida que el cauce de las sensaciones y las cataratas de las palabras. Mi rebeldía iba coronada de flores. […]

Me preocupaba a todas horas la interrogación de lo fatal. […]

El ritmo universal se confundía con mi propio ritmo, con el correr de mi sangre y el hacer de mis versos. […] Consagréme caballero de la rebeldía, pero sintiendo siempre las dificultades de todo tiempo […] vi más allá del mar mi porvenir. […]

Tomé parte en luchas populares […]. (Cuentos completos, 332-334) Y después de que el viento de Europa le infundiera un nuevo y desconocido aliento, se dio cuenta de la inutilidad de la violencia y la incompetencia de la democracia. Comprendió la existencia de una “ley fatal que rige nuestras vidas, instantáneas en la eternidad”. Para concluir: “Supe más que nunca que nuestra redención del sufrir humano está solamente en el amor” (334).

A lo largo de toda su trayectoria, es constante siempre esta oscilación entre la defensa de una utopía presidida por la “religión del arte”, y la constatación de una realidad que acabará transformando el sueño en distopía presidida por la avaricia capitalista, el mal gobierno y la desigualdad más terrible. De esos ochenta y seis cuentos hemos encontrado veintiuno en los que se trata de un modo más o menos directo los temas que nos ocupan. En muchos de ellos, Darío defiende abierta-mente la existencia alternativa de un lugar imaginario regido por las leyes del arte y la belleza: “Bouquet”, “Este es el cuento de la princesa diamantina” o, por ejem-plo, el fragmento final de “En busca de cuadros”, titulado “El ideal” que se cierra con un párrafo muy significativo: “Y yo, el pobre pintor de la Naturaleza y de Psiquis, hacedor de ritmos y de castillos aéreos vi el vestido luminoso del hada, la estrella de su diadema, y pensé en la promesa ansiada del amor hermoso. Mas de aquel rayo supremo y fatal, sólo quedó en el fondo de mi cerebro un rostro de mujer, un sueño azul” (109).

O bien “El velo de la reina Mab”, calificado por el propio Darío como poema en prosa, y en el que el personaje shakesperiano extiende sobre los artistas su velo,

“el velo de los sueños, de los dulces sueños que hacen ver la vida de color de rosa”

y les infunde alegría esperanza optimismo, incluso “el diablillo de la vanidad que consuela de sus profundas decepciones a los pobres artistas” (112). Igualmente

“Carta del país azul”, subtitulado “Paisajes de un cerebro”, que puede

conside-rarse como la crónica de un flanêur, pero de un paseante que recorre su propia mente, buscando, no cuadros sino aquellas sensaciones que imaginariamente puedan construir la utopía de su país “azul”: “Ayer vagué por el país azul. Canté a una niña; visité a un artista; oré, oré como un creyente en un templo, yo el escéptico; y yo, yo mismo, he visto a un ángel rosado que desde su altar lleno de oro me saludaba con las alas. Por último ¡una aventura! Vamos por partes” (121).

Las distintas secciones del cuento se componen de una primera descripción de una niña rubia y dulce, con esa ambigüedad erótica tan característica en Darío, a la que dice que “cantó”. En segundo lugar, nos describe la visita a un escultor que para él “es un poeta que hace un poema de una roca” (122) en una compara-ción muy frecuente en su obra entre escultura y poesía que nos recuerda los poe-mas de Miguel Ángel, así como la poesía y ciertos aspectos de la teoría poética de dos contemporáneos suyos, José Martí y Miguel de Unamuno.9 Y a continuación, el episodio más extenso y significativo del cuento, el momento en el que sufre un arrebato místico entrando en una iglesia en la que un abate joven pronuncia un sermón que le conmueve y le hace volver al fervor religioso de la infancia. Aunque enseguida reacciona:

El asceta había desaparecido de mí: quedaba el pagano. […] Amo la belleza, gusto del desnudo; de las ninfas de los bosques, blancas y gallardas; de Venus en su concha y de Diana, la virgen cazadora de carne divina […] Sí, soy pagano. Adorador de los viejos dioses, y ciudadano de los viejos tiempos. Yo me inclino ante Júpiter, canto a Citerea porque está desnuda […] amo a Pan porque, como yo, es aficionado a la música […]. (123-124)

Las advocaciones a Venus abren paso al último pasaje en el que se encuentra con la amada, “pálida, como si fuera hecha con rayos de luna” que lo mira y es como si hubiese visto su ideal, su sueño, la mujer intangible, becqueriana” que “Pasó, pasó, huyente, rápida, misteriosa”. Antes ha afirmado que él no busca las alcobas vedadas, ni los lechos prohibidos y adúlteros, sino que se arrodilla “ante la virgen que es un alba” (124).10

Otros varios cuentos podrían citarse en esta línea, “En la batalla de las flores”,

“Respecto a Horacio”, “Mi tía Rosa”, etc., pero bástenos por ahora con los señalados.

En otros cuentos muy diferentes, la constatación de la realidad hace que la ilusión utópica se desvanezca completamente y sea sustituida por la cruda sociedad

9 Sería muy interesante hacer un estudio de la importancia de la escultura en la obra de Rubén Darío.

10 Hay que tener en cuenta que Darío tiene veintiún años cuando escribe ese artículo, el mismo año de Azul…, 1888.

contemporánea al propio Darío; es el caso de cuentos terribles como “El fardo”,

“El dios bueno”, “Morbo et umbra”, “Historia de mar”, etc. En el primero, por ejemplo, es muy significativa la descripción del objeto protagonista del cuento, en la que se mezclan: el valor de uso, el valor de cambio y la plusvalía, a través preci-samente de la escritura:

Era algo como todos los prosaísmos de la importación envueltos en lona y fajados con correas de hierro. Sobre sus costados, en medio de líneas y de triángulos negros, había letras que miraban como ojos. -Letras en “dia-mante”- decía el tío Lucas. Sus cintas de hierro estaban apretadas con cla-vos cabezudos y ásperos; y en las entrañas tendría el monstruo, cuando menos, limones y percales. (95)

No obstante, los que nos interesan especialmente son aquellos en los que se dibuja una sociedad futura, aparentemente utópica, en la que reinarían el arte y la belleza por encima de todo, pero que acaba siendo negativa, esto es, distópica.

Hay varios también con estas características: el más interesante de todos ellos y sobre el que volveremos más tarde, “El rey burgués”, pero también “La canción del oro”, que acaba siendo una crítica feroz del capitalismo, “¿Por qué?”, ironía sobre el fracaso y la desigualdad de la lucha de clases, “Las razones de Ashavero”, en el que se concluye con un descrédito casi completo de la actividad política, etc.

En “La pesadilla de Honorio”, crónica de un delirium tremens en noche de carna-val, Darío expresa en un párrafo el horror que le produce la visión apocalíptica de la sociedad futura:

Y apareció la muchedumbre hormigueante de la vida banal de las ciudades, las caras que representan todos los estados, apetitos, expresiones, instintos, del ser llamado Hombre; la ancha calva del sabio de los espejuelos, la nariz ornada de rabiosa pedrería alcohólica que luce en la faz del banquero obeso;

las bocas torpes y gruesas; las quijadas salientes y los pómulos de la bestia-lidad; las faces lívidas, el aspecto del rentista cacoquimio; la mirada del tísico, la risa dignamente estúpida del imbécil de salón, la expresión supli-cante del mendigo; estas tres especialidades: el tribuno, el martillero y el charlatán, en las distintas partes de sus distintas arengas; “¡Socorro!”, exclamó Honorio. (256)

La “vida banal de las ciudades”, la “intensificación de la vida de los nervios” que diría Simmel (247-263), la reacción “contrapastoral” que señalaba Berman en los escritores finiseculares (138) y que hemos estudiado en otro lugar en todo lo

refe-rente a los escritores modernistas y su relación con las metrópolis que crecen extraordinariamente en esos años en Hispanoamérica, están presentes en este relato. Hay que tener en cuenta que el cuento está fechado en 1894, es decir, cuando Darío es un recién llegado a Buenos Aires y conoce París todavía muy superficialmente.

No obstante, el texto que nos parece un ejemplo más adecuado de esta actitud es, como hemos dicho, “El rey burgués. Cuento alegre”, publicado en Santiago de Chile en 1887 e incluido en la primera edición de Azul… en 1888. Ya en tan tem-prana fecha, Darío tiene una conciencia clara, quizá por su pertenencia a unas sociedades muy poco desarrolladas todavía en esa fechas, de la contradicción latente entre el optimismo de la modernidad y las servidumbres de la moderniza-ción. A pesar de todo, enfoca la narración de este conflicto, el título mismo es ya altamente significativo, desde la perspectiva del imaginario poético de la utopía:

“Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso que tenía trajes caprichosos y ricos, esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas flamantísimas […] ¿Era un rey poeta? No, amigo mío: era el Rey Burgués”

(Cuentos completos, 113). Es decir, el dueño del futuro, puesto que la burguesía y sus sistemas, político, económico, cultural, etc., se habían impuesto ya total-mente. Era la época de la que se iba a apoderar William Randolph Hearst y que iba a abrir paso a los John Davison Rockefeller, Howard Hughes y tantos otros reyes burgueses.

En un principio, el rey burgués que nos presenta Darío parece un hombre culto:

Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía con gran largueza a sus músicos, a sus hacedores de ditirambos, pintores, escultores, botica-rios, barberos y maestros de esgrima.

Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y sangriento, hacía improvisar a sus profesores de retórica canciones alusivas […] Era un rey sol, en su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y de ruido de festín. (113) Aunque con algunos reparos: “Eso sí: defensor acérrimo de la corrección acadé-mica en letras y del modo lamido en artes; alma sublime amante de la lija y de la ortografía” (114). De cualquier modo, la escenografía utópica de un mundo presi-dido por el arte y la belleza sigue teniendo un importante protagonismo en el desarrollo del cuento: “El rey tenía un palacio soberbio donde había acumulado riquezas y objetos de arte maravillosos […] ¡Japonerías! ¡Chinerías! […] un salón digno del buen gusto de un Goncourt […] quimeras de bronce […] lacas de Kioto […] mariposas de raros abanicos […] peces y gallos de colores […] máscaras […]

túnicas […] tibores […] porcelanas” (114) y un largo etcétera. Y de una manera muy significativa, Darío señala dos lugares, dos salones, que se corresponden con las escenografías más queridas por él, más presentes en su obra: “Por lo demás, había en el salón griego, lleno de mármoles, diosas, musas, ninfas y sátiros; el salón de los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y Chardin” (115).

El mundo grecolatino, más habitual en la estética finisecular desde el Roman-ticismo y los tiempos galantes, la escenografía más abundante en muchas de las obras de Darío, el mundo del siglo xviii tomado de los parnasianos franceses, en especial de Paul Verlaine, y que Pedro Salinas definió como “el paisaje cultural del siglo xviii francés” (Salinas, 115). En este ambiente, a casi todas luces utópico, que intenta describir el mundo de las aspiraciones artísticas del propio Darío, aterriza de súbito un personaje excéntrico, “una rara especie de hombre”, un poeta, que es llevado a presencia del señor. (“El rey tenía -escribe Darío- cisnes en el estanque, canarios, gorriones, senzontes, en la pajarera; un poeta era algo nuevo y extraño” [114]). Y cuando el poeta le pide de comer, el Rey Burgués le insta a que hable si quiere saciar su hambre. Y el poeta habla:

-Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la aurora […]. He abandonado la ins-piración de la ciudad malsana […]. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles […] he arrojado el manto que me hacía parecer histrión […] y he vestido de modo salvaje y espléndido: mi harapo es de púrpura.

[…] Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia […].

¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol […]! ¡Señor, el arte no viste pantalones, ni habla en burgués, ni pone los puntos en todas las íes! Él es augusto, tiene mantos de oro, o de llamas o anda desnudo […]

y pinta con luz, y es opulento y da golpes de ala como las águilas, o zarpazos como los leones. (114-115)

El apasionado parlamento del poeta en favor de un mundo regido por la religión del arte y la belleza desconcierta al Rey Burgués, pero inmediatamente un filó-sofo -“al uso”, dice Darío- le da la idea al monarca: puede entretenernos con una caja de música en el jardín. Y ese será el destino y la condena de nuestro poeta: dar vueltas al manubrio cada día a cambio de un pedazo de pan. Hasta que una noche en medio de una fiesta lujosa, llena de todas las bondades artísticas y galantes que rodean al Rey Burgués, la intemperie y el frío arrojan al poeta al misterio de lo fatal:

Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de plumillas cristalizadas, en el palacio había festín, y la luz de las arañas reía alegre sobre los mármo-les, sobre el oro y sobre las túnicas de los mandarines de las viejas porcela-nas. Y se aplaudían hasta la locura los brindis del señor profesor de retórica, cuajados de dáctilos, de anapestos y de pirriquios, mientras en las copas cristalinas hervía el champaña con su burbujeo luminoso y fugaz […] Y el infeliz, cubierto de nieve, cerca del estanque, daba vueltas al manubrio para calentarse, tembloroso y aterido, insultado por el cierzo, bajo la blancura implacable y helada, en la noche sombría, haciendo resonar entre los árboles sin hojas la música loca de las galopas y cuadrillas; y se quedó muerto, pen-sando en que nacería el sol del día venidero, y con él el ideal… y en que el arte no vestiría pantalones sino manto de llamas o de oro… Hasta que al día siguiente lo hallaron el rey y sus cortesanos, al pobre diablo de poeta, como gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios, y todavía con las manos en el manubrio. (116)

Obras citadas

Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Madrid, Siglo XXI, 1988.

Darío, Rubén. Cuentos Completos. Ed. de Enrique Mejía Sánchez y Julio Valle-Castillo, La Habana, Arte y Literatura, 1994.

Darío, Rubén. El Modernismo y otros ensayos. Ed. de Iris Zavala, Madrid, Alianza Editorial, 1989.

Darío, Rubén. Poesía Completa de Rubén Darío. Ed. e intr. de Álvaro Salvador (en colaboración con Concepción González Badía-Fraga y Erika Martínez).

Pról. de Ivan A. Schulman Madrid, Verbum, 2016.

Marasso, Arturo. Rubén Darío y su creación poética. Buenos Aires, Kappelutz, 1979.

Pastor, Beatriz. Cartografías utópicas de la Emancipación. Madrid, Iberoameri-cana / Vervuert, 2015.

Rodríguez, Juan Carlos y Salvador, Álvaro. Introducción al estudio de la litera-tura hispanoamericana. Las primeras literalitera-turas criollas. Madrid, Akal, 2005.

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Salinas, Pedro. La poesía de Rubén Darío. Barcelona, Seix Barral, 1975.

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Barcelona, Península, 1986.