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SOR JUANA: UTOPÍA Y BARROCO

(NEptUNo aLEgóRIco Y LA LOA DE EL DIvINo NaRcIso)

Hace 500 años se publicó la obra del humanista inglés Tomás Moro, que es punto de partida de toda una forma de visión, implícitamente crítica, del mundo; la obra de Moro tiene un título más amplio y complejo que el simple nombre de la isla de Utopía con el que generalmente se le conoce, se titula De optima republi-cae, doque nova insula Utopia, libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus (Libro áureo, no menos saludable que festivo, de la mejor de las Repúblicas y de la Nueva Isla de Utopía), introduciendo los conceptos de saludable, prove-chosa, lo cual está plenamente justificado, y el un poco menos, de festivo, tal vez por decir imaginativo.

En general, las ideas filosóficas, políticas y literarias derivadas de Utopía (1516) de Tomás Moro, que además están íntimamente relacionadas con otras obras posteriores europeas con el mismo sentido filosófico y crítico “utópico” como Civitas solis (1602) de Tomasso Campanella, el Mundus alter et idem (1607) de Joseph Hall, Nova Atlantis (1627) de Francis Bacon y The Commonwealth of Oceana (1656) de James Harrington, no fueron ajenas al pensamiento renacen-tista y barroco hispánicos; además, estas ideas en muchas ocasiones aparecen en el mundo hispánico imbricadas con las ideas de Erasmo.

Estas ideas utópicas se trataron en diversos sentidos de llevar a la práctica, así, en la Nueva España encontramos que el proyecto de pueblos-hospitales desarrollado para las comunidades indígenas por el humanista y partícipe en su mo -mento del ambiente erasmista de la corte de Carlos V, Vasco de Quiroga, primero oidor y después obispo, en la región mexicana de Michoacán a partir de 1530 tiene múltiples puntos de contacto con Utopía de Moro, ideas que el obispo michoacano hace explícitas, y así las plasma en sus Ordenanzas de 1565.1 Por otra parte también se han señalado, al hablar de las ideas humanistas surgidas en Nueva España, los puntos de contacto entre el pensamiento de Moro y el de fray Bartolomé de las Casas, quien veía las repúblicas de indios como perfectas

1 Sobre esta relación véase la detallada comparación que hace Zavala: “La Utopía de Tomás Moro en la Nueva España.”

y consideraba que debían ser la base de la nueva sociedad americana.2 También está la utopía religiosa y política de los franciscanos en México entre 1530 y 1590 que planteaba la formación de una comunidad indio-cristiana (Cantú, 57-59).

Proyectos y conceptos como los de estas destacadas figuras del primer momento del virreinato nos pueden dar idea de la existencia de un contexto que podríamos llamar utópico en algunas facetas de la vida novohispana desde el momento mismo de la creación de una nueva sociedad y que no desaparecieron con el paso del tiempo.

También hay que tomar en cuenta que el descubrimiento de América y todas las crónicas y noticias que se generaron a partir del fundamental acontecimiento funcionan como el trasfondo historiográfico que da la ilusión de verdad en Uto-pía de Moro (Rodríguez Torres, 219-242). Como es sabido, el punto de partida se supone que fueron las narraciones de Américo Vespucio sobre las islas Fernando de Noroña, situadas frente a las costas de Brasil y descubiertas por él en 1503;

Vespucio consideró que en esas mismas islas se podría construir una civilización perfecta.3

El término utopía fue creado por Tomás Moro, a partir del griego ou-, que significa ‘no’, y topos que quiere decir ‘lugar’, esto es, designa un lugar que no existe. Sin embargo, con el paso del tiempo, el término ha pasado a designar, más que un lugar, una situación o un concepto que por ideal no puede tener existencia real. Entonces, por una parte, el término se puede referir a conceptos y plantea-mientos abstractos y, por otra, a visiones idealizadas de un hecho real.

Para Moro, en la isla de Utopía se encontraría una sociedad comunitaria, cuya organización sería absolutamente racional, donde todo sería de propiedad colec-tiva. No existiría la guerra, y esta sociedad, regida por la justicia, viviría en com-pleta paz y armonía. Los integrantes de esta comunidad podrían disfrutar de su tiempo libre dedicados al arte y la lectura y alcanzarían la felicidad. Utopía y utópico ha pasado a querer decir algo más amplio que un lugar no existente, pero más limitado, pues puede referirse a aspectos concretos históricos o políti-cos y no a toda una sociedad que es lo que plantea la idea de Moro.

Así, tiempo después de la publicación de la obra de Moro o de las aplicaciones de Vasco de Quiroga, los franciscanos y Bartolomé de las Casas, lo que sigue pre-sente en la Nueva España es la idea de la utopía como concepto amplio más que el lugar idílico propuesto por el texto de Moro. Pero efectivamente, y en varios sen-tidos, es que América se nos presenta como la tierra donde se realiza la utopía, entendida como una visión particular de un hecho o de una situación, más que

2 Véase Beatriz Fernández Herrero: La utopía de América. Teoría, leyes, experimentos.

3 Para una revisión amplia, véase Pedro Borges: “La inspiración americana de la Utopía de Tomás Moro”.

como la ubicación de un lugar. Ya en pleno siglo xvii, el escritor novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) sigue los modelos historiográficos del siglo xvi para escribir una visión utópica en su Paraíso occidental, sobre la funda-ción del convento de Jesús María que se convierte en su historia natural, personal y moral de América que compone con un discurso alegórico barroco, en el que implica la voluntad divina en América.

En un estilo verdaderamente barroco, el convento y su fundación son repre-sentaciones alegóricas, tal como indica el título del propio libro. Este paraíso del Nuevo Mundo, situado en las Indias Occidentales no es solo el repositorio de castidad y fe, sino también una metáfora de la voluntad divina en América.

[…] Para la época de Sigüenza, América representada como utopía o paraíso se había convertido en una figura historiográfica ordinaria. (Ross, 46-47)4 Contemporánea de Sigüenza y Góngora es sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) por lo que su contexto social y cultural, incluso político, es muy similar. Algunos críticos han señalado, tratando de poner de manifiesto la modernidad de la monja jerónima, que Sor Juana tenía una idea utópica sobre su entorno, la historia y la realidad en la que le tocó vivir. Esta idea se apoyaba, por ejemplo, en su constante búsqueda del conocimiento. Pero no hay que olvidar que por otro lado también tenemos realismo y pragmatismo en muchos de los textos y acciones de Sor Juana.

Lo mismo en relación con el amor, que con la política o la religión o en sus rela-ciones con el poder eclesiástico y con los virreyes.

Ahora me propongo aproximarme a dos textos sorjuaninos: el Neptuno alegó-rico y la loa de El divino Narciso, como expresiones políticas e históricas utópi-cas construidas desde la mentalidad barroca. Para esta visión de representación y utopía barroca seguiré algunas de las ideas de Louis Marin para quien una construcción utópica es una construcción imaginaria o real que hace entrar en juego el espacio y cuya estructura no es plenamente coherente con los mismos códigos de lectura que propone. Así

La utopía es un discurso, pero no el del concepto. Es el discurso de la figura:

un particular modo figurativo del discurso: ficción, fabulación, relatos

«antropomorfizados», y descripciones «concretas», novela exótica y cuadro

4 Traducción mía. Texto original: “In truly baroque style, the convent and its founding are alle-gorical representations, as is indicated by the title of the book itself. This New World Paradise, located in the western Indies is not only the repository of chastity and faith but also a metaphor of divine will in America. […] By the time of Sigüenzas’s era, America represented as utopia or Paradise had already become a commonplace historiographical figure.”

representativo, otros tantos caracteres que le son propios. […] Modo figura-tivo del discurso, la utopía como producto textual de la práctica utópica cubre la distancia que separa el sí del no, y lo falso de lo verdadero. (13-14)