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La influencia juanramoniana en la poesía de Lorca

3. Verde que te quiero verderol

3.2. Los elementos folclóricos

Otro aspecto que también entrelaza los dos poemas es el aprovechamiento de los elementos populares o fantásticos que incluso guían la trama. Juan Ramón Jiménez redescubrió el verdadero valor de la tradición andaluza y la elevó a nivel literario, difundiéndola a la vez —considera Francisco Rico (2008: s.

p.)—. En realidad, tanto en el caso de Juan Ramón como en el de Lorca se encuentran varios elementos que son típicos del folclore y de los cuentos. Sin embargo, el andalucismo de ambos poetas difiere significativamente: el del maestro aspira a traspasar las fronteras de España y ser universal, mientras que el discípulo se concentra en lo típico andaluz (Díaz-Plaja, 1961: 33).

En el poema de Juan Ramón Jiménez, los acontecimientos tienen lugar en una sola escena, en un bosque, o sea, nos encontramos frente a una esce-nografía fija, como la define Alarcón Sierra (2005: s. p.). Una vez confirmó Juan Ramón mismo que siempre necesitaba la cercanía de la naturaleza para inspirarse (1967: 304). Así, aprovecha numerosas personificaciones en cuanto a los elementos de la naturaleza, a través de los que la convierte en un ambiente fantástico, lleno de magia. Así son, por ejemplo, el río que huye, el árbol que llora o la brisa que suspira. Esta última es también propia de las canciones populares, que frecuentemente tratan de preocupaciones emocionales, iguales a las proyectadas en el ambiente circundante. Se siente cómo vive y actúa este paisaje sin ninguna intervención humana, porque el protagonista tampoco es humano, sino que se trata de un pájaro, otra figura característica y frecuente en las obras folclóricas. Además es otra imagen cargada de simbología: se asocia con ella la paz, la libertad y el idealismo (Alarcón Sierra, 2005: s. p.).

El yo lírico no adopta ningún papel en este ambiente, es un «fantasma», cuya voz se oye, pero a la vez se mantiene en la distancia. Sin embargo, dirigirse a un animal y preguntarle algo, comunicarse con él es muy típico del folclore.

Además, se puede contar con un bosque bucólico, aún más hermoso por ser melancólico, en el que el moguereño sitúa las acciones, pero que conforme se acerca el final va convirtiéndose en algo nada agradable. Sin embargo, este paisaje siempre queda solo virtual, reflejo del estado de ánimo del yo lírico, aclara Juan Ramón (1962: 204). En este ambiente incluso se esconden dos tipos de viviendas, una choza y un palacio de encanto, y este último aparece con mucha frecuencia en los cuentos de hadas.

Pese a la gran variedad temática de la poesía del granadino, al talento joven siempre se lo identifica exclusivamente con el mito de los gitanos y el popu-larismo, explican Guerrero Ruiz y Dean-Thacker (1998: 74). Sin embargo, la figura del gitano está también muy vinculada con este ambiente cultural (Blackwell, 2003: 34), y la elección del género popular andaluz —el romance—

y la forma de balada marcan el ambiente y el desenlace de la obra entera de Lorca. No se puede olvidar que lo folclórico siempre le sirve solo de punto de partida, y que elige temas y escenas cotidianos, añade Díaz-Plaja (1961: 31).

Los protagonistas de Lorca, frente a los de Juan Ramón Jiménez, son huma-nos. Tampoco olvidemos el subtítulo: «Romance sonámbulo». Las imágenes en la cabeza de alguien que pasea inconscientemente por la noche tampoco prometen mucha realidad, todo forma parte de un sueño. Se debe observar a la protagonista de la obra, principalmente su aspecto físico: todo lo que la

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rodea es verde, lo que permite suponer que es un hada, una ninfa o, como ya se sospecha desde el inicio, una muerta. Esta joven se muestra mirando el paisaje vacío desde una baranda, probablemente con la barbilla apoyada en las manos. Esta situación o posición también sugiere fantasías, ensueños, y el horizonte abierto ofrece la apertura de la imaginación. Mientras que el otro protagonista de este poema lorquiano, el hombre, inicia un largo viaje, lleno de sufrimiento y heridas (de las que la muchacha tampoco carece), está negociando con otro entre los marcos de un diálogo dramático, aunque ya no encuentra su lugar por ninguna parte y la muchacha, que lo espera en vano, ya no lo soporta más y muere de dolor espiritual. En definitiva, se trata de un giro típico de las historias populares y de un motivo recurrente en la literatura de Lorca. Se puede afirmar que este poema tiene una historia, por lo que tiende a adquirir un carácter épico (Díaz-Plaja, 1961: 64-68).

Soria Ortega observa que hay cierta diferencia entre el popularismo de los dos autores: el de Lorca es más primitivo, espontáneo y cercano que el de Juan Ramón (1988: 190). Mientras tanto, los romances del maestro son suaves, melodiosos y sentimentales. La innovación del talento joven consiste en volver a descubrir lo dramático y lo misterioso de este género (Alberti, 1945: 27).

3.3. La musicalidad

Ambos poemas son muy melódicos, gracias a diferentes recursos poéticos. Es con-sabido que también Lorca intercalaba canciones de cuna obra muy conocidas en su, y ellas siempre ocupan un papel importante en el desarrollo de la historia. Ya hemos abordado el subtítulo del poema lorquiano, pero también merece la pena observarlo desde el punto de vista del ritmo y la musicalidad. Resulta interesante añadir, porque demuestra muy bien el carácter melódico del poema, el hecho de que el cantaor de flamenco Manzanita se inspirase en él y le pusiera música.

Así nació una canción muy rítmica, muy andaluza, dolorosamente hermosa y emocionante que se ajusta muy bien al tono y al contenido del poema.

Tampoco se debe olvidar el estribillo que presentan ambos poemas («Verde que te quiero verde» y «Verde verderol, ¡endulza la puesta del sol!») y que expre-san la esencia de toda la obra. Sabemos que las canciones (populares) siempre tienen estribillos que les dan cierto ritmo. Merece la pena observar que ambas son exclamaciones entusiastas. Pero el estribillo no es el único elemento que se repite constantemente, sino que el color dominante o sus diferentes matices se reiteran, y su aparición también les da cierto ritmo a los poemas. Merecen atención además las anáforas en el poema de Lorca (mi… por, cuántas veces).

Incluso, este instrumento evoca las repeticiones, uno de los instrumentos pre-feridos por su maestro. El granadino vuelve a descubrir el ritmo tradicional, considera Díaz-Plaja (1961: 117). El pequeño protagonista de Juan Ramón Jiménez, un pájaro cantor, también está estrechamente vinculado con el carácter melódico. Además, si se observa mejor, los otros efectos sonoros del poema —el suspiro, el llanto, el canto del río y el soplo del viento— componen una «orquesta»

imaginaria al fondo. Incluso, aparecen varias modalidades melódicas y rítmicas en la obra: afirmaciones, preguntas retóricas y exclamaciones, y todas tienen otra melodía y otro acento. Vale la pena observar las abundantes eufonías en ambos poemas: «Compadre quiero cambiar», «arrulla con llanto», etcétera.