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Los lazos que unen: las estrategias de los antipriscilianistas

In document Mare nostrum (Pldal 50-53)

Curando las heridas: redes episcopales y herejía priscilianista

3. Los lazos que unen: las estrategias de los antipriscilianistas

En el largo plazo la estrategia antipriscilianista se mostraría más exitosa. Su triunfo demostraba que, a la hora de fomentar la legitimidad episcopal, las conexiones con obispos foráneos resultaban más importantes que el control de las instituciones. La autoridad de estos individuos externos no provenía de una posición institucionalmente reconocida, sino de que ostentaban el cargo en sedes episcopales prestigiosas desde el punto de vista de la antigüedad cristiana, y muy especialmente porque eran ciudades con importancia para la administración imperial. Por su cercanía a los centros de decisión imperial, estos obispos estaban en contacto con importantes redes aristocráticas, que a su vez atraían un gran número de redes eclesiásticas locales. Estos obispos funcionaban como hubs (individuos muy bien conectados), que eran capaces de movilizar y poner en comunicación diferentes redes que actuaban en distin-tos territorios y escalas de la administración imperial. La movilización de esdistin-tos hubs que conectaban numerosos obispos con el mundo secular, contribuyó a la construcción de un sistema que garantizaba la responsabilidad y el cumpli-miento de las normas dentro de la Iglesia, contribuyendo al fortalecicumpli-miento de las relaciones episcopales. En la primera fase de la controversia prisciliana, hay tres obispos que actúan como hubs, aunque en distintas escalas. Este es el caso de Hidacio, Itacio y Ambrosio, y no es casualidad que estos individuos se convirtieran en protagonistas y actores clave del conflicto.

29 A. Rousselle, “Quelques aspects politiques de l’affaire priscillianiste”, Revue des Études Anciennes 83 (1981), 85-96.

Hidacio de Mérida se había visto involucrado en la controversia cuando recibió la primera denuncia contra los priscilianistas por parte de Higinio de Córdoba. Mérida era en este momento la sede del vicarius Hispaniarum, la máxima autoridad imperial en Hispania, lo que daba una especial rele-vancia al obispo de la ciudad en el contexto hispano. Sin embargo, en un momento en que la autoridad del obispo metropolitano estaba escasamen-te definida, Hidacio contaba con pocos recursos y casi ningún mecanismo para hacer cumplir su decisión. Además, no parece que Hidacio estuviera en buena relación con el vicario, el único con los resortes coercitivos para hacer cumplir la ley. Según Sulpicio Severo, el vicario en 383, Mariniano, fue partidario de los priscilianistas y utilizó el rescripto conseguido por Ma-cedonio para acosar a Hidacio30. No se sabe si Mariniano era ya prefecto en 380, cuando tiene lugar la primera denuncia de los priscilianistas ante Hidacio, pero el comportamiento posterior del obispo de Mérida parece demostrar que el prefecto tampoco fue muy receptivo a las demandas de los antipriscilianistas. Ello habría obligado a Hidacio a convocar un conci-lio en Zaragoza con los obispos de Hispania y Aquitania. La existencia de una condena conciliar podía forzar a un renuente vicarius Hispaniae a to-mar las medidas necesarias para acabar con el priscilianismo. Sin embargo, la ausencia de los priscilianistas en Zaragoza evitó dicha condena formal, a pesar de que Sulpicio mencione lo contrario31.

En esta situación el bando antipriscilianista adoptó dos estrategias complementarias. Por un lado se encargó a Itacio de que velara porque ningún obispo diera comunión a los priscilianistas. El hecho de que se en-cargue al obispo de una ciudad de segundo rango con tal responsabilidad parece demostrar que Itacio era un obispo bien conectado, capaz de dise-minar el mensaje entre los distintos obispos del sur de Hispania. Por otro lado, Hidacio decidió evitar al vicario de Hispania y apelar directamente al emperador gracias a la mediación de Ambrosio. Ello demostraba hasta qué punto lo que, siguiendo el relato de Sulpicio, se ha conocido como la “Iglesia oficial” estaba dispuesta a usar mecanismos no contemplados en la legislación canónica. Es más, Hidacio e Itacio volverían a recurrir

30 Sulp. Sev. Chron. 2.48.

31 Las actas del concilio no recogen una condena formal ver Escribano, Iglesia y Estado, 217 y ss.

a la administración imperial cuando el contraataque priscilianista frustró su estrategia de expulsarlos de las cátedras episcopales. Así, dada su escasa sin-tonía con el vicario de las Hispanias, ambos habrían apelado ante el prefec-to de las Galias32. Su capacidad para manejarse con habilidad en el turbu-lento mundo de las altas instancias seculares imperiales, garantizarían que Itacio consiguiera finalmente la condena de los priscilianistas en Tréveris, una vez que el propio usurpador Máximo decidió intervenir en el conflicto.

El tercer actor clave en todo el proceso es Ambrosio de Milán quien, sin embargo, se mantuvo en un prudente segundo plano durante la mayor parte del conflicto. A ninguno de los implicados en la cuestión se les es-capaba que Ambrosio tenía conexiones con la corte de Graciano y que su intercesión, como de hecho ocurrió, podía ser determinante. Mucho antes de que los priscilianistas usaran sus conexiones políticas, Ambrosio había logrado un rescripto imperial que expulsaba a los seguidores de Prisciliano de sus sedes. Este hecho había marcado la escalada del conflicto y su im-plicación con el turbulento mundo secular que finalmente causaría el trá-gico desenlace del conflicto. Ambrosio, además, se había negado a recibir a los priscilianistas que habían viajado a Italia provistos con escritos donde explicaban sus posiciones teológicas33. Agotadas las vías eclesiásticas para los priscilianistas, estos habían respondido apelando al vicario de Italia, un enemigo de Ambrosio, que había repuesto a los priscilianistas en sus se-des34. La siguiente actuación de Ambrosio se da en el mismo momento del juicio a los priscilianistas en Tréveris. Ambrosio había viajado a la ciudad en calidad de embajador del emperador Valentiniano II frente al usurpador Máximo. En esta ocasión, el obispo de Milán se negó a compartir comu-nión con los obispos que participaban en la condena a Prisciliano35. Puede que el gesto de Ambrosio, sin embargo, tuviera más que ver con una posi-ción política que doctrinal, una forma de desafiar la autoridad de Máximo frente al emperador Valentiniano en Milán.

La historiografía tradicional nos ha transmitido una imagen de Ambro-sio como el gran padre de la Iglesia que fue capaz de oponerse a diversos

32 Sulp. Sev. Chron. 2.49.

33 Ver p. ej. Liber ad Damasum 5-15.

34 McLynn, Ambrose of Milan, 150-152.

35 Ambr. Ep. 30 [24] (CSEL 82.1-3).

emperadores para defender la independencia de la institución eclesiástica, una imagen que diversos estudios recientes han dejado en entredicho36. Su actuación en el Concilio de Aquileya y en el conflicto priscilianista de-muestra, asimismo, que Ambrosio era tan partidario de usar alternativas a las instituciones eclesiástica como lo fueron los priscilianistas. Para el obispo de Milán los concilios solo eran parte de la agenda cuando se tenía la certeza de que los resultados serían los esperados. En caso contrario, las instituciones imperiales ofrecían soluciones rápidas que eran perfectamen-te admisibles.

In document Mare nostrum (Pldal 50-53)