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Curando las heridas

In document Mare nostrum (Pldal 53-57)

Curando las heridas: redes episcopales y herejía priscilianista

4. Curando las heridas

Como se ha visto hasta ahora, los priscilianistas no fueron una secta separada de la Iglesia, sino un grupo que, como otros obispos hispanos, contaba con fuertes conexiones episcopales y aristocráticas. Estas conexiones condiciona-ron las estrategias de los priscilianistas, que no fuecondiciona-ron un ataque subversivo contra el entramado de la Iglesia, sino que utilizaron los elementos institu-cionales mientras los tuvieron a su alcance. Su estrategia no se diferenció mucho de la de los antipriscilianistas, quienes utilizaron los elementos es-tablecidos por el derecho canónico cuando estuvieron seguros de su éxito, pero no dudaron en recurrir a la presión aristocrática cuando su posición era más difícil. Y sin embargo, a pesar del recurso sistemático a instituciones seculares, el conflicto priscilianista contribuyó a una mayor definición de la Iglesia en Europa occidental. Ello es así porque el desarrollo del conflicto puso de manifiesto la importancia de mantener los conflictos dentro de los cauces previstos por las instituciones eclesiásticas, evitando las peligrosas injerencias del poder imperial.

El priscilianismo no había sido el primer conflicto de escala imperial, pero fue el primero que había nacido en el ambiente eclesiástico, y se había complicado al involucrar a los poderes imperiales. El nefasto final del pris-cilianismo impactó profundamente a los pensadores cristianos, que vieron

36 McLynn, Ambrose of Milan; M. Williams, Authorised Lives in Early Christian Biography:

Between Eusebius and Augustine (Cambridge, 2008).

como el recurso al poder imperial aumentaba innecesariamente los riesgos sin llegar a resolver la cuestión37. Tras la ejecución de los priscilianistas, nuevos conflictos aparecieron entre los obispos galos e hispanos. En His-pania, algunos seguidores del priscilianismo se hicieron fuertes en Gallae-cia, donde algunos obispos promocionaron el culto a Prisciliano y sus se-guidores, que fueron adorados como mártires hasta mediados del siglo V38. En Galia, por su parte, la ejecución de Prisciliano había llevado a la llamada controversia feliciana, que dividió el obispado galo en dos bandos antagó-nicos hasta el primer cuarto del siglo V. Por un lado se encontraban los feli-cianos, quienes apoyaron al obispo Félix de Tréveris, el principal defensor de la ejecución de los priscilianistas. El segundo grupo aglutinaba a los que, como Martín de Tours, se habían posicionado en contra de la ejecución39.

Estos dos conflictos, sin embargo, se resolvieron de manera muy diver-sa al priscilianismo. Por un lado, existió una voluntad por parte de todos los actores de resolver las divergencias mediante cauces principalmente ecle-siásticos, consistiendo fundamentalmente en la convocatoria de concilios.

Por el otro, los obispos de Hispania y Galia se habían dado cuenta de que la conexión con hubs episcopales de escala imperial determinaba el éxito de una facción, y en esta fase explotarían consistentemente estas conexiones.

Así, en torno a 397 en Hispania se convocó un concilio al que también asistieron los obispos priscilianistas Sinfosio y Dictinio. La opinión de Am-brosio fue requerida en la cuestión, y el obispo abogó por la reconciliación, exigiendo que se dejara de nombrar a los santos priscilianistas durante la liturgia, pero pidiendo que se mantuviera a los dos obispos priscilianistas en la silla episcopal40. De modo similar, en 398 fue convocado un concilio en Turín con el fin de acabar con la querella feliciana en la Galia. En el concilio se reunieron principalmente los obispos galos antifelicianos con sus colegas italianos. Ambrosio ya había muerto entonces, pero su nombre

37 Natal and Wood, “Playing with fire”.

38 S. Wessel, Leo the Great and the spiritual rebuilding of a universal Rome, (Leiden-Boston, 2008), 107-112; J. Vilella, “Priscilianismo galaico y política antipriscilianista durante el siglo V,” Antiquité Tardive 5 (1997), 177-185.

39 R. Mathisen, Ecclesiastical Factionalism and Religious Controversy in fifth-century Gaul, (Washington, 1989), 11-26.

40 Acta Concilii Toletani 1 (PL 84, 327-334)

es mencionado en el preámbulo de las actas conciliares como inspirador de la concordia a la que aspiraban los obispos reunidos. Algunos obispos felicianos también enviaron legados al concilio de Turín que, como en el caso de Hispania, ofreció la reconciliación de aquéllos que dejaran de co-mulgar con Félix41.

Es interesante comprobar cómo en ambas situaciones se da una combi-nación de autoridad personal y mecanismos institucionales. El escaso con-senso sobre el poder de las instituciones de la Iglesia no permitía asegurar que las decisiones del concilio fueran a ser indefectiblemente aceptadas, pero involucrar a Ambrosio y los obispos del norte de Italia aseguraba un mayor consenso sobre las decisiones. En primer lugar, estos obispos eran una figura de prestigio, reconocidos por la importancia de sus sedes y por sus cualidades intelectuales. Pero además, estos obispos tenían una amplia red de conexiones con obispos de distintos lugares. Ello significaba que su implicación en el caso movilizaba y aglutinaba distintas redes en la escala local, fraguando el consenso y la responsabilidad por encima de los víncu-los institucionales.

5. Conclusiones

La controversia prisciliana es un buen ejemplo del funcionamiento de la Iglesia a finales del siglo IV y del proceso de construcción de su entramado institucional de nivel imperial. Por un lado, el conflicto pone de manifiesto cómo la escasa definición de las instituciones apenas permite establecer una diferencia entre lo que la historiografía tradicional llamó “Iglesia oficial” y las sectas al margen. Esta división es una construcción desarrollada a posteriori por los historiadores cristianos, interesados en proyectar un pasado glorioso a medida, del que se hicieron herederos.

Por otro lado, el ejemplo del priscilianismo deja patente cómo los con-flictos locales que acabaron trascendiendo a escalas superiores pusieron en funcionamiento mecanismos institucionales de comunicación y de resolución de conflictos y contribuyeron a la legitimación de los mismos.

41 Acta Concilii Taurinensis 1 (CCSL 148, 57).

La autoridad de las distintas estancias eclesiásticas no vino, por tanto, cons-truida desde arriba sino que es un producto de las relaciones personales que se actualizan y fosilizan en un sistema de responsabilidad extra-local.

El recurso continuado a redes episcopales extra-regionales y a instituciones eclesiásticas engrasó los mecanismos episcopales de resolución de conflic-tos, contribuyendo a una mayor definición de las instituciones eclesiásticas que son progresivamente aceptadas como órganos legítimos de decisión.

Éste fue un proceso errático, lleno de retrocesos y variaciones y muy le-jos de la visión lineal y automática que presentan los escritos de Eusebio, Cipriano o León Magno más tarde.

Durante los siglos IV y V las estructuras institucionales de la Iglesia al-canzaron significativas cuotas de efectividad y unidad. Esta construcción no sólo fue el resultado de un proyecto ideológico que conectaba a todas las comunidades cristianas del mundo romano, sino que se trataba ade-más de una respuesta práctica adaptativa. La pertenencia a redes de nivel imperial aseguraba la capacidad de resolución de conflictos a nivel local y regional de los obispos. La construcción de un sistema de responsabili-dad descansaba en gran medida en una cultura de expectativas sociales del comportamiento de los obispos, desarrollada por los pensadores cristia-nos precedentes. El relato de Sulpicio sobre el priscilianismo no hacía sino adaptarse a estos modelos episcopales.

(Universidad de Szeged)

In document Mare nostrum (Pldal 53-57)