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Desmontando a Sulpicio Severo

In document Mare nostrum (Pldal 44-47)

Curando las heridas: redes episcopales y herejía priscilianista

1. Desmontando a Sulpicio Severo

El proceso que va desde que el movimiento priscilianista surgió en Hispania hasta la ejecución de los priscilianistas es más o menos bien conocido gra-cias a la Crónica de Sulpicio Severo. Intelectual cristiano, Sulpicio dejó una prometedora carrera como abogado para hacerse asceta en Tours, donde sería más tarde ordenado párroco por el obispo de la ciudad, Martín (muerto en 397). La figura de Martín tuvo una enorme importancia para Sulpicio, cuyos escritos están en gran parte dedicados a ensalzar la figura del obispo.

En torno a 403, Sulpicio escribió una Crónica que relataba la historia del mundo desde los inicios hasta sus días. El impacto del priscilianismo en Sulpicio es evidente si consideramos que el autor decidió finalizar su Crónica con el relato de dicho movimiento, al que dedicó seis párrafos que detallan el desarrollo del conflicto desde su inicio en Hispania hasta la ejecución de los priscilianistas en 385 ó 38610.

Según Sulpicio, el conflicto comenzó a finales de los setenta cuando Higinio, obispo de Corduba, denunció ante Hidacio, obispo de Mérida, las actividades de un grupo de ascetas reunido en torno a Prisciliano, un integrante de las clases altas y cultas de Hispania. Tras varios conflictos intermedios, los opositores de Prisciliano reunieron un concilio en Zara-goza con el fin de atajar la cuestión11. El grupo de Prisciliano no asistió al acto, lo que previno que los obispos reunidos pudieran pronunciar una condena formal. Para entonces los priscilianistas contaba con la militancia de dos obispos, Instancio y Salviano, y con las simpatías de otro, Higinio, el mismo que previamente los había denunciado. El propio Prisciliano fue poco después consagrado obispo en Ávila. Hidacio de Mérida e Itacio de Ossonoba cambiaron de estrategia entonces y solicitaron, previa mediación de Ambrosio12, un rescripto del propio emperador Graciano que sancio-nara la expulsión del asceta y sus seguidores, acusados de maniqueos y de

10 Sulp. Sev. Chron 2.46-51 (CSEL 1, 3-105).

11 Acta Concilii Caesaraugustani I (PL 84, 315-318); La cronología del mismo es objeto de controversia. La datación tradicional de 380, ha sido adelantada a 378 por M. V. Escribano Paño, Iglesia y Estado, 220.

12 Liber ad Damasum, 7 (CSEL 18, 34-43).

falsos obispos13. Prisciliano y los suyos decidieron entonces apelar perso-nalmente ante Dámaso y Ambrosio, iniciando un viaje en el que se puso de manifiesto su popularidad entre las clases altas y la animadversión que levantaban en el estamento eclesiástico. Aunque ni Dámaso ni Ambrosio recibieron a los suplicantes, los priscilianistas se ganaron la simpatía del magister officiorum Macedonio y consiguieron la anulación del rescripto que decretaba su expulsión de las sedes. Fortalecidos de esta forma, vol-vieron a Hispania y acusaron a sus oponentes ante el vicario de las Hispa-nias. Asediado, Itacio huyó a las Galias y consiguió la ayuda del prefecto de las Galias, llegando finalmente a presentar la cuestión ante el usurpador Máximo, que acababa de invadir la Galia. Máximo convocó un sínodo en Burdeos al que fueron conducidos los implicados. Prisciliano, sin embar-go, recusó el sínodo de obispos y apeló al emperador. Inmediatamente la causa fue pasada ante un tribunal de jueces seculares en la corte de Máximo en Tréveris. El juicio de Tréveris acabó determinando no la heterodoxia del grupo, sino el crimen de magia (maleficium) y, como estaba previsto para estas inculpaciones, Prisciliano fue ajusticiado junto con algunos de sus seguidores, los clérigos Felicísimo y Armenio, y los laicos Latroniano y Eucrocia14.

El detallado relato de Sulpicio permite reconstruir con bastante preci-sión el desarrollo de la querella. No obstante, al ser la principal fuente sobre el caso, su visión ha enturbiado la interpretación del movimiento prisci-lianista, que fue tradicionalmente considerado como un grupo herético al margen de la jerarquía eclesiástica. Durante la última centuria, el estudio sistemático de los manuscritos de Würzburg, los escritos de los propios priscilianistas, ha permitido una reinterpretación de la naturaleza del mo-vimiento. Así, desde mediados del pasado siglo se ha cuestionado convin-centemente la idea de que los priscilianistas fueron un grupo que defendía postulados heréticos15. Sin embargo, la visión de Sulpicio sigue pesando

13 M. V. Escribano Paño, Iglesia y Estado en el Certamen Priscilianista: Causa Ecclesiae y Iudicium Publicum (Zaragoza, 1988), 152, vincula la ley CTh 16.5.4 (380), con el rescripto contra preudoepiscopos et manichaeos de Graciano, mencionado en la Crónica de Sulpicio Severo y en el Liber ad Damasum.

14 Sulp. Sev. Chron. 2.51.

15 J. Vilella, “Un obispo-pastor de época teodosiana: Prisciliano,” Studia Ephemeridis

a la hora de evaluar la importancia social del grupo y su posición frente a la Iglesia hispana. Ello es así porque en su relato, Sulpicio Severo puso un enorme esfuerzo en describir a los priscilianistas como un grupo amorfo y anárquico que se expandió gracias al engaño y al prestigio de sus líde- res, y ganó relevancia gracias a subterfugios legales.

La visión de Sulpicio no era desinteresada. Como se ha demostrado, una de las principales intenciones de la Crónica era promocionar la figura de Martín de Tours, cuyo comportamiento frente al priscilianismo resulta-ba difícil justificar16. Por un lado, es muy posible que Martín hubiera estado cerca ideológicamente de los priscilianistas. Como Martín, los priscilia-nistas serían herederos ideológicos de los grupos nicenos que no habían claudicado durante la controversia arriana en tiempos de Constancio II (muerto en 361)17. Además del niceísmo, Martín y los priscilianistas tam-bién compartían el gusto por el ascetismo y el culto de los santos. No extra-ña, por lo tanto, que el obispo de Tours hubiese sido acusado por Hidacio de priscilianismo18. Para evitar la peligrosa similitud entre ambos, Sulpi-cio omitió cualquier alusión al niceísmo y exageró el ascetismo herético de los priscilianistas, a quienes llamaba gnostici o haeretici, dos acusaciones que no pueden justificarse tras la lectura de los manuscritos Würzburg19. Sulpicio también presentó a los priscilianistas como una secta opuesta a la Iglesia oficial, que utilizaba subterfugios legales en lugar de seguir los pro-cedimientos establecidos por el derecho canónico. No obstante, el autor se vio en la necesidad de defender la oposición de Martín a la ejecución de los

Augustinianum 58. 2 (1997), 503-530; M. V. Escribano, “La disputa Priscilianista,” en La Hispania del siglo IV: administración, economía, sociedad, cristianización, ed. Ramón Teja, (Bari, 2002), 205-230.

16 Burrus, The Making of a heretic, 142.

17 Escribano, “Heresy and Orthodoxy in Fourth-Century Hispania”, 121-50; contra esto Cf. N. B. McLynn, “Theodosius, Spain and the Nicene Faith”, 171 y ss. menciona la escasa actividad nicena en España como precursora del priscilianismo.

18 Sulp. Sev. Chron. 2.50; Sobre la refractariedad al ascetismo en la Galia de finales del siglo IV ver David G. Hunter, “Vigilantius of Calagurris and Victricius of Rouen: Ascetics, Relics, and Clerics in Late Roman Gaul,” Journal of Early Christian Studies 7.3 (1999), 401-430.

19 Ver p. ej. Liber Apol. 1-23; Liber de fide 43-56; Liber ad Damasum 7; Canones in Pauli apostoli epistulas; J. Vilella, “Un obispo- pastor de época teodosiana: Prisciliano”, Studia Ephemeridis Augustinianum 58.2 (1997), 503-30.

priscilianistas y, por tanto, desacreditar a los obispos que habían apoyado la condena de Prisciliano. Así, en el relato de Sulpicio, los antipriscilianis-tas eran presentados como un grupo de corruptos arribisantipriscilianis-tas que usaban las instituciones eclesiásticas en su beneficio y no tenían ningún escrúpulo en involucrar las instancias seculares y usar toda la violencia del estado para dirimir una cuestión doctrinal20.

Guiados por la envolvente prosa de Sulpicio, la visión contemporánea ha sido proclive a analizar el conflicto en términos de un grupo minorita-rio enfrentado a una Iglesia institucionalizada. No obstante, el relato de Sulpicio adquiere distintos significados cuando se tiene en cuenta la débil institucionalización de la Iglesia en este momento y se consideran ambos bandos como grupos cuyas conexiones aristocráticas y episcopales forza-ron a utilizar tácticas distintas en diversos momentos.

In document Mare nostrum (Pldal 44-47)